Por Hernán Carrasco C.
Debe ser de las pocas personas que es mundialmente conocida sólo por su segundo nombre. Liniers, excelso dibujante argentino, lleva por nombre Ricardo y se apellida Siri, pero gracias a su trabajo, es conocido simplemente como Liniers. Lleva casi veinte años haciendo del humor gráfico y las historias animadas, el motor que empuja su vida, pero su historia de “adulto” no empezó con los lápices, las acuarelas y las hojas en blanco. Trató de estudiar Derecho, como dictaba la tradición familiar, pero su cabeza estaba en otra parte. “Después de estudiar leyes, estudié publicidad. Estuve en una agencia por un tiempo, pero cómo que no me encontraba, no me gustaba. No sé si no pegaba onda. Y se dio que me inscribí en un taller de historietas y conocí a historietistas, y fue como que me reencontré con mi gente y pensé que eso era lo que tenía que hacer”, cuenta mientras en un hoja hace los primeros trazos de lo que luego se convertirá en un gato. No cualquier gato, sino Fellini, el fiel compañero de Enriqueta, dos de los personajes animados más queridos de sus tiras cómicas.
¿Te acuerdas cuál fue la primera tira cómica que te publicaron?
– Uff, no recuerdo bien. Pero debe haber sido en algún fanzine de la universidad o en una revista que tenía una prima, y creo que ahí ella metió un dibujito, y me acuerdo que lo miré como si me lo hubiera publicado el New Yorker (risas). Después uno va dando saltos chiquititos: de un fanzine a una revista, de ahí a un diario y del diario a hacer lo que tú realmente querés. Cada uno de esos saltos era como “!Wow me pasó esto!” Por eso la felicidad de publicar en el fanzine fue equivalente a la primera vez que me publicaron en un diario.
En tus dibujos hablas mucho de desconectarse de los teléfonos. ¿Cuán mal nos hacen las redes sociales y nuestra vida online?
– ¡No se lo digo a ustedes, me lo digo a mi mismo! (risas) Yo creo que nos hacen mal y bien, como todas las cosas. Como la televisión misma. No es algo por si malo, pero hay un efecto que tienen las redes sociales que es muy deshumanizante, muy de no percibir al otro como ser humano. O sea, si vos por la calle me ves como una persona, pero en el teléfono me ves como un logito. En la calle no me dirías “¡Hey Liniers es una garcha lo que hacés!”, pero a través de las redes sociales sí, eso es porque te deshumanizás. Y cuando deshumanizas al otro, te deshumanizas vos. Antes la gente iba a la cancha y lo puteaba al réferi para sacarse la mierda que llevaba adentro. Ahora lo hacen con sus teléfonos. Hace catorce años que publico “Macanudo” y jamás vino nadie en persona a decirme, “Che, lo que haces es una mierda”. Ni siquiera que les parece malo. Ahora por Twitter me lo dicen cuarenta veces al día y me parece bien. A mí me da lo mismo. Es como cuando dicen, “¡Che que genio que sos!”, no tiene ningún valor tampoco para mí. Creo ciegamente en el uno a uno.
¿Crees que somos más narcisistas debido a las redes sociales?
– Creo que la gente siempre ha sido narcisista. Si vos le hubieras dado un iPhone a los pibes en el siglo 18, hubieran estado sacándose selfies con las pelucas, esa especie de lunar que se ponían y tomando rape (risas). Es algo del ser humano, no tiene que ver con las generaciones. Nosotros nacemos y desde ese momento vemos el planeta desde acá (apunta su cabeza), desde nosotros mismos y somos los únicos que estamos seguros que yo soy yo. Eso hace que el cerebro se te acomode en ser el centro del universo. Y uno tiene que pelear contra esa pulsión. O sea, ser buena gente no tiene que ver con ser buen amigo, ser buena gente implica un esfuerzo a no ser un egoísta. Y eso es algo contra lo que tenés que pelear. Por ejemplo, vos vas en la calle y el auto de adelante no arranca y vos le tocás la bocina. Tu cerebro egoísta lo único que piensa es: yo estoy apurado y el único que va a escuchar mi bocinazo es el boludo que no arrancó los ocho segundos antes de lo que yo quería. Pero en la vida real, lo que pasa afuera de tu cerebro egoísta, es que hay una persona durmiendo en el primer piso. Un abuelo pasando que casi lo matás de un infarto, pero tu cerebro egoísta no piensa en eso. Ser buena gente implica un esfuerzo, no nos sale natural. Tenés que no ser un hijo de puta y todos tenemos una pulsión a ser un hijo de puta, por eso hay que esforzarse siempre (risas).
Eso tiene que ver con la formación que nos dan desde pequeños y después de adolescentes. A propósito de eso, la sociedad casi nos obliga a que entremos a la universidad “para ser alguien”. ¿Qué le aconsejarías tú a los jóvenes que aún no saben que quieren hacer con su futuro?
– Es nefasto impulsar a los jóvenes a elegir su futuro a los dieciocho años. Yo a esa edad pensé que quería ser abogado, pero no te conocés a los 18 años. A esa edad lo único que pensamos los hombres es como garcharse a una mina. Es todo lo que nuestro cerebro piensa. Creo que deberíamos darles un tiempo a los jóvenes para ver lo que realmente quieren hacer de su vida. Los 20 y tantos es la edad para hacer los experimentos. Si hay algo que vos sentís que querés hacer, por muy raro que sea, pero de verdad lo sentís muy fuerte, es el momento en que tienes que hacer el experimento. Después a los 35 o a 40 ya tenés hijo y es muy tarde. Yo a los 22 años dije que iba a hacer historietas y era un delirio. Era un suicidio financiero. No había este boom que hay ahora de los ilustradores y las novelas gráficas. No existía nada. Y yo me tiré al agua y esperaba que hubiese agua. Pero era la edad para hacerlo. Imagínate hubiera estado todo ese tiempo en esa agencia y ahora a los 42 años se me ocurre hacer historietas, ya se te pasó el tren. Sí aconsejo estudiar también, pero para que conozcan todo lo que tengan que saber de lo que eligieron como su trabajo.
¿Cuándo te ves en el espejo en las mañanas a quién ves?
– Alguien horrible, porque cumplir 42 años no se lo doy a nadie (risas). La verdad que lo único que me importa en este momento de mi vida es que mis hijas sean felices. Ojalá ser un buen ejemplo, y ser un buen ejemplo significa darles la seguridad a ellas, de ser ellas mismas para ser felices. No tengo ningún interés en decirles qué hacer, con quién vivir, con quién enamorarse, pero quiero que sean ellas lo suficientemente seguras de si mismas a ser felices. La inseguridad es un enemigo terrible. Y con las mujeres eso lo vemos todo el tiempo con lo de los femicidios y diferentes atrocidades que han pasado. La inseguridad las deja expuestas a que aparezca un monstruo de estos y que te las maneje y te las aleje. Eso es lo único que me importa en estos momentos. El resto ya está, porque siento que recibí mucho más de lo que merecía. Yo no siento que soy tan bueno como lo que la gente me da. Acá hubo una confusión y me dieron cosas que le iban a dar a otro y las recibí yo. Por eso cuando viene alguien y me dice “Che Liniers, vos no sos tan bueno”… Y yo estoy medio de acuerdo (risas). “Lo tuyo es medio un invento”… Y yo digo, bueno sí, pero ¿qué querés que haga? ¿Qué devuelva los libros? (risas).
Mil gracias por esta entrevista, les juro que la amé