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24 horas sin redes sociales: Crónica de un desafío digital

Lo intenté un domingo, pero no pude. Durante el desayuno, de manera instintiva, saqué el celular y abrí Twitter. Me había propuesto vivir 24 horas sin redes sociales, pero la costumbre (¿o la adicción?) me traicionó. El desafío, entonces, lo postergué para el lunes. Mi idea era experimentar en carne propia la abstinencia digital que supone retroceder 10 años y vivir a la usanza del 2005, cuando Facebook recién daba sus primeros pasos.

Con cinta adhesiva le pegué un papelito a la pantalla de mi iPhone, para no olvidarme nuevamente del experimento. Las reglas: sólo usar el teléfono para llamar, revisar el correo electrónico e internet. Esa mañana desperté con 16 mensajes nuevos en WhatsApp. Las ganas de abrirlos, lo prometo, eran mayores a las de encender un cigarro cuando dejé de fumar. ¿Y si era algo importante? Difícil… al menos a mí NUNCA me han comunicado algo urgente o relevante por esa vía.

Según el estudio “Crecimiento de las Redes Sociales en América Latina”, elaborado en 2011 por los analistas de la compañía ComScore, ese año fueron 6,9 millones los chilenos que visitaron un sitio de redes sociales, representando el 94% de la población online. Asimismo, las redes sociales registraron un 32,2% del tiempo de “navegación” durante un mes, con visitantes promediando 8,7 horas en redes sociales (Trabajo/Hogar). Por su parte, la agencia J. Walter Thompson desarrolló el 2014 un cuestionario para definir el perfil de los usuarios chilenos de internet. ¿Algunas de las respuestas? “A veces finjo que mi vida es más emocionante en las redes sociales de lo que realmente es”, “siento que puedo sobresalir más en línea de lo que puede en el mundo real”, “amo las apps”, “siento que si no me comprometo en las redes sociales, muchas personas olvidarán que estoy allí”, “una de las cosas que más me gusta de internet es que la gente puede ponerse en contacto conmigo de día o de noche”, “me siento más relajado al hablar a través de internet”, “me siento un poco adicto a las redes sociales”, y “normalmente soy de los primeros en probar nuevas aplicaciones, juegos online y redes sociales”.

La que más me interpretó, sin embargo, fue otra: “Si estoy en algún lugar sin conexión a internet empiezo a sentir ansiedad”.

Ansiedad, esa es la mejor palabra para definir mi situación a las 12:00 del día, cuando tenía 8 notificaciones en Twitter, 44 en Instagram y el numerito rojo del WhatsApp ya marcaba 122. Durante mi jornada sin redes sociales, sin embargo, me preocupé de reutilizar con inteligencia el tiempo disponible: como nunca antes, avancé más de 200 páginas en los libros que estaba leyendo. Asimismo –y ya que no le contestaba los mensajes-, me llamó un amigo con el que no hablaba hace meses (a pesar de que nos escribimos casi a diario). Fue extraño y agradable escuchar su voz… y quedamos en juntarnos.

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No sé si mi caso será representativo del promedio nacional, pero la mayoría de los contenidos que leo en redes corresponde a entretención (chistes, memes, fotos, bromas, curiosidades, etc.). Y si bien mi esfuerzo en Twitter, por ejemplo, es compartir información… también soy consciente de que muchas veces aporto datos superfluos, innecesarios, prescindibles. Si me preguntaran, diría que las redes sociales son parte de la “diversión” en mi vida. Por eso resulta tan asombroso que con ellas generemos grados de adicción tan altos. Agradezco, en ese sentido, nunca haberme hecho una cuenta en Facebook, para poder ser más “libre” (aunque algunos me tilden de “raro”).

Por la noche un tarro de Nutella debió suplir mi hambre de tweets y mensajitos, sobre todo a la hora de ver televisión y no poder comentarla on-line. Obligado por las circunstancias autoimpuestas, durante el día había usado el e-mail mucho más que de costumbre (envié 23 correos, muy por sobre la media de siete). En un minuto de reflexión, y a modo de epifanía digital, me percaté de que la función de “teléfono” de los smartphones es para muchos la menos usada: no se trata, por ejemplo, de “phones” que pueden sacar fotos. En rigor, tenemos cámaras de fotos desde las que también podemos hacer llamados.

Mi día terminó con 329 mensajes de WhatsApp sin leer y 20 alertas de Twitter. Fue una desintoxicación digital que valió la pena y recomiendo. Creo, de hecho, que convertiré este ejercicio en una costumbre mensual, como quien se va a un retiro espiritual, en completo silencio, para conectarse con uno mismo. Los followers pueden esperar.

Por Miguel Ortiz A.

@ortizmiguel

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